SOBRE EL CONOCIMIENTO DEL COMUNISMO POR PARTE DE LA CLASE OBRERA DE NUESTRO PAÍS.

Enrique Velasco

El doble juego de las instituciones.-

Algo más sobre las instituciones.

Se trata de su capacidad de disimulo y de doble juego. Teniendo una clara función, pueden presentarse como si cumplieran otra, a veces contrarias entre sí.

Enseguida un ejemplo y seguimos después.

Los señores-nobles en la Edad Media organizan y pagan a sus grupos armados para someter a los siervos y obligarlos a la entrega de parte del producto de su trabajo. Sin embargo son presentados a la sociedad como los defensores de los siervos ante los posibles ataques de los grupos armados de otros señores. Se dice que los siervos pagan con sus entregas de productos este servicio de protección que les presta el señor.

La Iglesia medieval predica y enseña que la forma de vivir el señor-noble y la propia Iglesia (a costa de las entregas de trigo, carne, vino, aceite, etc., por parte de los trabajadores) es el orden que Dios quiere, y el único orden que debe vivirse y defenderse. Sin embargo, quiere aparecer ante la sociedad como la predicadora y defensora de la verdad y la justicia, como la defensora de los desvalidos y la representación ante los hombres de las bondades de Dios.

Esta doble cara de las instituciones, también en nuestras sociedades actuales, en las sociedades de dominio del capital, es el reflejo de la relación de trabajo que reproducen.

Los propios capitalistas, al presentar la relación que establecen con los trabajadores, emplean la expresión “dar trabajo”; son ellos los que “dan”. Dicen que en nuestra sociedad los únicos que “crean riqueza” son ellos. Dicen que son los protagonistas de la “creación de empleo”.

Como vemos, ya en el origen de las instituciones en la relación de trabajo a la que sirven, a la que reproducen, aparece esta doble cara o doble versión.

Y es que no puede ser de otra manera. Nosotros estamos haciendo un estudio del trabajo “desde el lado del trabajador”. El señor-noble veía su función en la producción desde su perspectiva, desde su sillón de juez, desde el caballo dando órdenes a sus soldados, desde su casa-castillo. Tanto sus hombres armados, como su corte de poetas, músicos y demás servidores, así como la Iglesia (enseñante, en ese tiempo, de todos los saberes), no podían tener otro punto de vista, dado que su función era precisamente presentar y defender ese punto de vista; por eso les pagaba el señor; se jugaban su modo de vivir.

Nadie presentaba ante la sociedad la perspectiva del siervo, del trabajador. Nadie, quiere decir ninguna institución. Las instituciones de esa época histórica tenían por misión, por función, la reproducción del señor como señor, del siervo como siervo, y por lo tanto de la relación que une a ambos. Al reproducir al siervo, lo reproducen tal como es en la relación, es decir, sometido. Por lo tanto, si lo reproducen bien, hay que entender que están haciendo bien su labor. Los soldados solo los apalean o los matan si no son buenos siervos (trabajar y entregar parte del producto que corresponde). Si cumplen su tarea como buenos siervos, no tienen nada que temer de los armados; todo lo contrario, ellos serán los que les den seguridad y orden. Esta función de seguridad y orden, que es la que se aprecia en la vida ordinaria de todos los días, se convierte en la cara principal y positiva de la institución. La cara oculta, el sometimiento por la violencia para obtener parte del producto del trabajo, queda tapada para la observación superficial, para el observador que se queda en las apariencias.

Las instituciones en nuestras sociedades capitalistas, nacen y tienen como función reproducir el capital en todos sus ciclos. Recordemos que el capital reviste formas distintas. En forma de dinero compra los medios de trabajo y la capacidad de trabajo. Los combina en la fase de producción, obteniendo mercancías, que también son capital, las lleva al mercado y las cambia por dinero. Parte de este dinero se vuelve a invertir como capital en la producción. Parte pasa a reproducir a la persona del capitalista, que lo gasta en forma de renta (comida, vivienda, vestido, diversiones, hijos, etc.). Parte pasa en forma de salario al trabajador, que asimismo lo gasta en forma de renta.

El conjunto de estos ciclos impulsa el movimiento en que se desenvuelve el día a día de nuestras sociedades.

Este movimiento regular y pacífico, representa en su apariencia el buen orden, el orden natural.

Este orden natural, pacífico, debe ser defendido. Sus perturbadores deben ser castigados. Esta es la función de las instituciones. Unas defenderán el orden con la violencia (si la perturbación es grave aparecerá un primer plano el ejército; si se trata de perturbaciones ordinarias, el ejército se esconde en sus cuarteles y solo funciona la policía, los jueces y los carceleros); otras se encargarán de encuadrarnos con toda naturalidad en este orden, de manera que sea apreciado como bueno, como aprovechable, o al menos, como el menos malo.

Si cumplen con eficacia estas funciones, apreciamos su cara buena y aparente.

Si consideramos el tipo de relación esencial que reproducen (el capital, o su otro nombre, el asalariado), estaremos contemplando su cara real y oculta.

El conocimiento que en nuestra sociedades tenemos de nuestras instituciones se corresponde con su cara aparente y buena. Así se las estudia en las escuelas, institutos, universidades, y así se les trata en los medios de comunicación (radio, televisión, prensa). Y es natural que así sea, porque quien nos las enseña son a su vez instituciones, nacidas y pagadas para cumplir la función de reproducir el orden. Las instituciones pertenecientes a un orden, quiere decir a un tipo de relación de trabajo;  nacen y viven para reproducir ese tipo de relación. Y pueden ser críticas, incluso muy criticas. Si son tan críticas que ponen en peligro el orden que debían defender, se las hace desaparecer por la fuerza. Si solo son críticas, servirán para mejorar el sistema que soporta al orden y éste, al final, resulta mejor defendido.

 

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